El odio hacia las mujeres no es nuevo ni excepcional. Su origen se pierde en la noche de los tiempos y se ha manifestado de manera constante a lo largo de los siglos.
La misoginia no es algo que se circunscriba a cierto ámbito cultural; aparece lo mismo en las obras de los antiguos filósofos griegos y en los sermones de prominentes figuras religiosas de la Edad Media que en las manifestaciones populares de nuestros días.
La encontramos entre los pueblos menos civilizados, pero también en las naciones supuestamente más avanzadas. La misoginia se ha presentado bajo muchos rostros: como menosprecio, humillación, exclusión, discriminación, rechazo, despojo, etcétera.
Hoy como ayer, este odio desemboca, con aterradora regularidad, en la violencia bajo todas sus formas: golpes, tortura, violación, mutilación. Muchos asesinatos de mujeres, desde los crímenes de Jack el Destripador hasta las muertas de Juárez, tienen una raíz misógina. ¿Qué hay detrás de este prejuicio? ¿Qué lo alimenta?