El Queen Mary, el Great Eastern, el Normandie, el Île-de-France, el Bremen, el Rex, el Imperator, el Conte di Savoia... Durante más de un siglo, desde 1850 hasta el flete del France, en 1962, mientras los mares siguen siendo una vía de comunicación y transporte fundamental para ir de un continente a otro, los transatlánticos, auténticas ciudades flotantes, surcan los océanos. Entre Europa y Nueva York las máquinas van a toda velocidad por las temibles agua del Atlántico, cada vez más deprisa, devorando montañas de carbón y toneladas de fuel...
En las travesías más largas, por el Atlántico Sur, el Pacífico o Extremo Oriente, los gigantes de los mares se enfrentan a monzones y tormentas, a los tifones del Mar de China o a las peligrosas olas de calor del Mar Rojo.
Y sin embargo, "la nave va" y transporta a miles de pasajeros: empresarios, emigrantes, banqueros, colonos, militares, misioneros... Algunos degustan exquisitos manjares en fastuosos salones decorados con caoba y rutilante cristal o tornasolada seda; otros deambulan por la cubierta, y los más ociosos, cómodamente instalados en su tumbona y tapados con una manta, hablan del tiempo.