Escribir en forma de dar la sensación de que se escucha de los labios mismos del autor la frase matizada con el colorido de la espontaneidad ha sido y será siempre la aspiración más característica del escritor sensato y la declaración de que se la realiza es el juicio más elogioso que puede hacerse de él.
Y es lo que realiza la autora que nos ocupa. Todo el público que las lea ha de convenir con nosotros en que las narraciones de la señora de Rodríguez Alcalá son de esas cuya lectura una vez comenzada, ya no puede abandonarse hasta la última línea y dejan en el ánimo la impresión de lo vivido, de lo respirado, sin descubrir el esfuerzo para aparentar sencillez y menos la búsqueda de adjetivos deslumbrantes.