«La Madre Teresa te miraba a los ojos y te apretaba la mano como si te conociera desde siempre, como si en el mundo no hubiese nadie más que tú. No necesitaba presentaciones, no quería saber por qué ibas a su encuentro.
No obstante, experimentabas de inmediato la sensación de poder tener en ella toda la confianza de una madre que lo comprende todo, que comprende siempre». Así era la Madre Teresa concienzuda, comprometida, fuerte, tremendamente humana, respetuosa y servil, también directa y sincera, alguien que amó por encima de cualquier otra cosa.