En 1910, un desconocido pintor que vagabundeaba por las calles de Viena decidió entrar en el palacio Hofburg, en una de cuyas salas se custodiaba el tesoro de los Habsburgo. No pudo evitarlo; durante horas permaneció en silencio, observando extasiado uno de los objetos, aparentemente insignificante, de los que allí se exponían: la conocida como Lanza del Destino, el arma con la que el centurión Longinos atravesó el costado de Cristo. De ella se decía que aquel que la poseyese tendría el poder de crear imperios, salvo que la perdiese; entonces su final sería terrible.
Aquel muchacho juró que algún día sería suya. Y así fue. El 11 de abril de 1938 Alemania anexionaba Austria al Tercer Reich, y aquel pintor, ya adulto, ordenaba que el tesoro de los Habsburgo y, especialmente, la Lanza del Destino, fuera llevado a Nüremberg. Aquel hombre se llamaba Adolf Hitler.