Primero se comió la manzana.
Después se hizo unos zapatos con la serpiente.
Y acto seguido
se marchó lentamente, sin mirar atrás,
de aquel estúpido
y aburrido templo
de la tranquilidad.
Ya era hora de pasar a la acción. De salir a buscar, con paso firme, el verdadero paraíso.