Poner nombre a algo, en especial a un ser humano, siempre se ha considerado un acto de trascendencia, y expresa una relación muy valiosa entre quien da el, nombre y quien lo recibe.
Entre los antiguos pueblos del Medio Oriente, el nombre designaba el ser de la persona, y darle el nombre a alguien era tanto como conocer a fondo quien era, cual era su misión en la vida.
En la actualidad, y sobre todo en el mundo occidental, la asignación del nombre a un recién nacido depende de otra clase de factores: antepasados o parientes, fecha de nacimiento, gustos o preferencias de padres o padrinos.