Cali vuelve cansado a la casita de los viejos: vacía, en una Pompeya tan pobre y tan casi apocalíptica como buena parte del sur de la ciudad, en donde la niebla del Riachuelo sólo puede asociarse con la radiactividad y la peste.
En el barrio del que huyó o lo expulsaron -y el despliegue de la relación entre estos términos es uno de los aciertos de esta novela- por puto, solo, casi sin recursos y a merced de la sombra del padre, Cali se encontrará bailando un tango de dos que es también un duelo: como en los orígenes del género porteño, la danza será entre machos y la distancia entre el abrazo y la cuchillada, escasa.