Ella acaba de mudarse con su novio a ese edificio; planean casarse en junio. Él vive con su esposa y su hija pequeña en el mismo piso. Un rayo de sol otoñal ilumina el vestíbulo cuando se cruzan por primera vez. Y basta una mirada para que todo se tambalee, para que sus mundos se derrumben.
No deberían sentir deseo el uno por el otro, tampoco deberían sucumbir al pálpito del amor, ni mucho menos encontrarse a escondidas, ni besarse apasionadamente, ni amarse con locura. Pero es lo que hacen. Eso y mucho más. No hay forma de controlar el torbellino de emociones que los empuja al precipicio. Engañarán al mundo que los rodea solo por pasar más tiempo juntos, pero ¿a qué precio?