A pesar de medir apenas un metro sesenta, Jack Rosenblum es todo tenacidad y está decidido a convertirse, a través del estudio y el esfuerzo, en un auténtico caballero inglés. Jack dedica gran parte de su tiempo libre a recopilar una lista de normas, una guía exhaustiva de modos, costumbres y hábitos ingleses.
Sabe que la mermelada hay que comprarla en Fortnum & Mason, conoce de memoria la lista de los monarcas británicos desde el año 913, y el momento más emocionante del día, para él, tiene lugar cuando escucha la previsión meteorológica en la BBC. Además, exceptuando alguna que otra palabrota, jamás se expresa en alemán.
Desde su desembarco en Harwich en 1937 comprendió que la clave del éxito pasaba por la integración.
Pero ocho años después de la segunda guerra mundial, y a pesar de todos sus esfuerzos, su apuesta por pasar desapercibido todavía tropieza con dificultades inesperadas, entre ellas las que le plantea su propia esposa. A Sadie, la obsesión de su marido le resulta incomprensible. Ella no quiere olvidar quiénes son, ni de dónde proceden. En vez de esforzarse por aprender a jugar al tenis, prefiere preparar pasteles para recordar con ellos a las personas que se quedaron atrás.
Pero Jack está convencido de que terminarán por encontrar un verdadero hogar. En un último intento por completar la lista que lleva tanto tiempo elaborando, convence a una Sadie escéptica para que se trasladen al campo, a la Inglaterra profunda. Ahí, en una tierra de cerdos peludos, campánulas y sidra de luciérnaga, se embarcan en una tarea imposible