Salem, Massachusetts, 1851: McGlue, marinero rudo, tramposo y canalla, nos habla desde la bodega mugrienta del barco en el que está retenido, en un estado de embriaguez intermitente que vuelve la realidad ambigua. Este huidizo protagonista divaga entre recuerdos borrosos y teje una fina línea entre la niebla del alcohol y las trampas de la memoria. Es posible que haya matado a un hombre, y que ese hombre fuera su mejor amigo. Ahora solo quiere un trago para acallar las aterradoras sombras que acompañan a su indeseada sobriedad. A medio camino entre un cuento de piratas y un western, la primera novela que escribió Ottessa Moshfegh huele a vómito, sangre, pólvora, whisky, sal, sudor y madera vieja, y demuestra que desde el principio supo ser nihilista y superlativa.