La tiranía de la belleza de la que hoy somos protagonistas y espectadores pasivos tiene como uno de sus ideales fundamentales la delgadez, a veces extrema. Para la mayoría de nosotros, lo real es que nos cuesta estar y permanecer delgados. Vivimos en un mundo con barreras al movimiento, con plena disponibilidad calórica las veinticuatro horas de los siete días de la semana, con fármacos que engordan, con deuda de sueño, con un alto nivel de estrés, con una generalizada dificultad para manejar naturalmente nuestras emociones. Y, paradójicamente, se nos pide delgadez a la cuenta de tres. ¿Quién puede llegar a esa meta sin sufrir las consecuencias lógicas de una carrera destinada al fracaso?