Esta obra supone un canto a la libertad y a la rebeldía, una oda a las ilusiones ocultas de cada lector, y lo hace a través de personajes inolvidables que hacen gala de una vitalidad envidiable, y nos llevan, entre sueños, a los momentos más íntimos y entrañables de nuestra juventud.
Twain revive su propia niñez y adolescencia, añadiéndole unas magistrales pinceladas de ficción. Después de más de ciento treinta y ocho años, sus personajes sobreviven en nuestro recuerdo a todo tipo de modas pasajeras que surgen cada día. A todos nos hubiese encantado ser compañero de juegos de Tom y Huck, encalar la valla de la tía Polly o dormir en el barril de manzanas.
Era la época en que un simple tablón de madera carcomida se podía convertir, por arte de magia, en el más temible y sanguinario de los barcos piratas que surcaba los mares, y todo ello en un santiamén. Lo mejor de todo es que
esa época no tiene por qué haberse acabado. Porque la imaginación no debe tener límite ni fin, y mucho menos en estos tiempos. Las puertas de la imaginación siempre permanecerán abiertas.