En el resquebrajamiento de una sociedad que ha cortado con sus valores y su pasado, en que los asesinos contratados o sicarios son niños, y en que la impunidad es la norma y la violencia el aire que se respira, por las atestadas calles de Medellín, entre una multitud maldiciente de desempleados y mendigos, de ladrones y atracadores, vendedores ambulantes y fumadores de bazuco, van el narrador loco o lúcido y su amante, un adolescente asesino, tratando de ponerle remedio por las malas a lo que no lo tiene.
Cuando ya no queda sino rezar y rociar con agua bendita las balas, la iglesita perdida de María Auxiliadora en el pueblo de Sabaneta se vuelve un santuario de peregrinación de los sicarios y a la vez una referencia para las páginas alucinadas de esta novela. «La Virgen de los sicarios es el más bello y delirante canto de amor y de perdición que nos ha dado desde hace mucho la literatura».