El hombre no regenerado hoy desea, mañana satisface sus pasiones, y al tercer día se entristece. Estas tres circunstancias, que siempre van juntas, lo empujan sin él saber por qué. Conducido ciegamente por sus obcecados deseos, cae, de forma periódica, en los pozos del remordimiento y el pesar. No sólo no entiende su situación, sino que ni siquiera la percibe.
Para él la vida no es otra cosa que la gratificación placentera del deseo, y así, por la ley de la reacción, también vive en la miseria de las aflicciones, fluctuando incesantemente entre el placer y el dolor. Pero llegado a un cierto punto, el hombre comienza a tener la sensación de que puede existir una vida más sosegada, más juiciosa y más noble.
La introspección y el auto análisis hacen que esa sensación aumente en claridad e intensidad hasta que surge con fuerza en su mente el convencimiento de la realidad de esa vida y de la posibilidad de alcanzarla. Al cruzar la puerta resplandeciente de la meditación su fe se convierte en conocimiento. Con la meditación, lo que antes era pasión y aflicción se transmuta en Armonía, Amor, Sabiduría y Paz.