Las riquezas mundanas han sido temidas, despreciadas, condenadas e incluso odiadas, a causa de la ignorancia del ser humano acerca de cómo puede poseer las sin ser poseído por ellas. En el otro extremo nos encontramos a la codicia, la adoración al dinero y el miedo atroz a perderlo.
El hombre sabio evita ambas actitudes, pues sabe que las riquezas mundanas son sólo un reflejo de la verdadera riqueza espiritual, que es lo que debemos buscar en primer lugar y siempre. Una vez encontradas las riquezas del cielo, no se pueden evitar las de la tierra, salvo que uno las repudie expresamente.
Debemos saber discernir y no despreciar que simboliza la bendición divina, pero tampoco podemos dedicar nuestra vida a conseguir algo que no es la verdadera riqueza. El primer paso para lograr la prosperidad es mantener la actitud correcta en la mente y en el corazón, darnos cuenta de que la prosperidad y la espiritualidad deben de ir unidas en esta tierra y que el hombre es quien debe de realizar esta unión.