Mi maestro, Rav Brandwein, me llevó a su estudio privado. Me dijo que tenía algo importante que decirme y quería que prestara mucha atención.
Cerró los ojos por un momento para enfocar sus pensamientos, lo cual hacía muy a menudo cuando estaba concentrándose. Una vez, Rav Áshlag me dijo que: aparecería alguien que explicaría sus libros de forma completa y perfecta; tan perfecta, que llevaría a todo el mundo de nuevo a la espiritualidad. Y he decidido que esa persona eres tú.
Rav Brandwein sostuvo mi mirada con firmeza. Yo no podía apartar mis ojos. Lo que me acababa de decir era difícil de creer, y sin embargo sus palabras habían sido claras e inconfundibles.
Tu don y tu deber -dijo- es explicar la Kabbalah de tal manera que todas las personas puedan entenderla fácilmente. Te has ganado este don con tu devoción y fidelidad. Deseo que lo aceptes y lo utilices.
Con estas palabras, el Rav Berg recibió el honor y la responsabilidad de llevar la antigua sabiduría de la Kabbalah al mundo. Como fiel discípulo de Rav Yehuda Tzvi Brandewein, sin duda alguna el Kabbalista más grande de su tiempo, Rav Berg llegó a familiarizarse con las ideas Brillantes, la dedicación absoluta y el buen corazón de su maestro, pero nunca esperó que el manto de una tradición espiritual de siglos de antigüedad fuera colocado sobre sus hombros.