Con La Casa lúgubre, Dickens afianzó su reputación de novelista serio a la par que de maestro del efecto cómico, presentando un relato que tiene tanto de historia de misterio como de crítica a una sociedad caracterizada por su estricta indiferencia. En un experimento creativo inusitado, el autor reparte el hilo de la narración entre Esther Summerson, quien conforma un peculiar perfil psicológico, y el narrador anónimo cuya perspectiva complementa y en ocasiones cuestiona la de la protagonista.
La tarea de edición de Juan Camargo se complementa con la extraordinaria traducción de Alberto Reyes en un esfuerzo por presentar al lector la más fiel versión de la novela. Asimismo, la introducción del genial escritor G. K. Chesterton rinde merecido homenaje a uno de los mayores logros de Dickens.