José Asunción Flores no solo creó la Guarania, sino también absorbió el palpitar resignado de un pueblo aplastado en la ignominia de mandones de turro para buscar camino en esa maraña de cruel despojo y puso en su pentagrama musical una armonía en clave de libertad.
El hombre poeta, el hombre pueblo, el hombre música, se hizo carne en José Flores y adoptando el nombre de la ciudad de sus amores, Asunción, comenzó a plasmar en los sones del seis por ocho, una melodía de infinita dulzura que apuntaba directamente al alma de ese pueblo oprimido. Pese a los estériles esfuerzos de oprobiosos detractores que medraban a la propia sombra del maestro, el nuevo sonido musical se vistió de rojo, blanco y azul, y comenzando su andar desde la tierra, desde el fango, desde el yuyal -como gustaban denigrar los finolis de la época al hombre del pueblo paraguayo, el ritmo tomó vuelo y es, hoy por hoy, la estirpe musical que recorre el mundo con los colores del Paraguay.
José nació en fa Chacarita, solo fue reconocido por su madre, una lavandera del lugar, aunque existen antecedentes de la identidad de su padre, un inmigrante italiano de apellido Volta. Por cabezudo- lo internaron en la Banda de Música de la Policía. Muy pronto, el inquieto -soldadito- se sintió atraído por llevar al pentagrama las inquietudes de su pueblo. Con Maerápa reikuaase comenzó a experimentar ese anhelo. Luego, Jejui, ya fue todo un logro, coreado con hurras por sus compañeros de la banda, entre ellos Darío Gómez Serrato, quien peco después tuvo la feliz iniciativa de presentar a Flores ante el poeta del pueblo, Manuel Ortiz Guerrero. Lo que vino después, es feliz historia. La guarania es Flores-Guerrero. Y Paraguay es guarania para el mundo.
Con el pensamiento puesto en estos antecedentes, Catato Bogado Bordón, traduce en este libro un justiciero homenaje al creador de la guarania, en el centenario de su nacimiento.