Innovar es una acción: no empieza por ampararse en ideas rompedoras, exponenciales o disruptivas, no necesita ciencia infusa, no depende de usuarios, inversores o de asumir culturas emprendedoras. Depende de ti, el artíce, ya seas emprendedor, gestor, empresario, cientíco, artista, político, activista, o lo tengas aún por decidir.
Puedes empezar con sólo un presentimiento y construir una innovación de impacto partiendo de lo que tienes. De hecho, todo lo que hoy celebras como una innovación empezó así. Nada es nuevo en la génesis de una innovación. Innovar es algo que puedes practicar y mejorar con la práctica.
Innovar no es difícil, pero la mitología y los lugares comunes que rodean a la palabra «innovación» acaban por confundir lo que hay que hacer. Acostumbrados a escuchar esta palabra en boca de líderes y personajes relevantes, y a celebrar sólo historias de éxito, es fácil caer en sesgos y asociaciones que conviene poner en duda, cuando no desechar.
Sabemos ya de la importancia que tiene innovar en las empresas y del papel esencial que juega en el progreso social y la competitividad económica, pero codiciar «innovación» no te prepara para «innovar». De hecho, puede llegar a ser contraproducente. Las innovaciones que celebramos sólo son inspiradoras porque ya conocemos su desenlace, la realidad de sus verdaderos inicios parece a menudo extraída de otra historia. Y sin embargo, ésa es la historia que tendrás que emular.