Las SS es una organización a la que siempre se identificará con los campos de concentración y el exterminio masivo, pero esto no es más que una parte de la realidad. Sus orígenes están vinculados con los acontecimientos y las repercusiones de la primera guerra mundial, tras la cual las SS se convirtieron, de la mano de Heinrich Himmler, en el auténtico custodio de los valores nazis. En diez años las SS pasaron de ser una pequeña escolta no remunerada a convertirse en una fuerza de millones de hombres que dominó las esferas sociales, económicas, culturales y profesionales del imperio más poderoso que jamás se haya visto en Europa, y participó activamente en algunos de los combates más cruentos de la segunda guerra mundial contra los soviéticos, en los que se calcula que murieron cerca de 180.000 soldados.
Temida, respetada y, a veces, reverenciada, Himmler planteó que las SS debían ser un cuerpo de elite dentro del partido, absolutamente fiel a Hitler. Su principal obligación era proteger al Führer, además de reforzar el régimen nazi, brindando apoyo a la policía en el mantenimiento del orden público. Tal llegó a ser su poder que no tenían que responder ante los tribunales civiles por las ilegalidades cometidas en el cumplimiento de su deber, lo que les garantizaba inmunidad para arrestar, maltratar y exterminar a sus adversarios políticos: tenían derecho para matar, y esto les otorgó un dominio absoluto en todo el Reich.