El Antiguo y el Nuevo Testamento son una cara de la moneda que nos narra las extraordinarias delicias de un encuentro: el de Dios con el hombre, su imagen y semejanza. La Historia de la Iglesia es la otra cara: la del hombre lanzándose al encuentro de Dios, su Padre, origen y meta. Ambas caras forman un todo completo, complejo y diferenciado en su contenido.