Un pintor queda fascinado por la extraordinaria hermosura de Dorian, su joven modelo, que vive en plena era victoriana satisfaciendo todos sus deseos, sin límites ni prejuicios. El pintor declara que sería dichoso si Dorian pudiese permanecer para siempre exactamente como es. Este deseo se traduce en un pacto que lleva a Dorian a cometer todo tipo de atrocidades, hasta llegar al crimen. A medida que se desarrolla la novela y que el protagonista se sumerge en el vicio en contraposición con el desesperado anhelo de eterna juventud, se presiente un final terrible.
Con frecuencia, al volver a su casa después de alguna de aquellas prolongadas y misteriosas ausencias que provocaran tan extrañas conjeturas entre sus amigos -o que por tales se tenían- subía a paso de lobo la escalera hasta la cerrada habitación, abría la puerta con la llave que nunca le abandonaba, y allí, en pie frente al retrato obra de Basil Hallward, con un espejo en la mano, miraba alternativamente el rostro perverso y envejecido del lienzo y la faz joven y hermosa que le sonreía desde el cristal. La misma violencia del contraste avivaba su deleite. Cada día se sentía más enamorado de su propia belleza, más interesad