Había una vez un Pombero muy viejo, pero muy viejo, que vivía en las selvas de Ka’aguasu. Era un Pombero paraguayo, morocho, petiso, retacón y de larga cabellera. No tenía ningún parecido con el Pombero argentino, que según dicen es rubio y de ojos azules. ¡No! Este Pombero no tenía relación alguna con los Pomberos del MERCOSUR. Su origen era incierto.
Algunos pensadores afirman que fue traído del África juntamente con los esclavos negros. Otros antropólogos y lingüistas aseveran que el término “pombe” tiene resonancias de lenguas africanas, por lo tanto, la teoría de que este Pombero paraguayo proviniese de alguna casta negra era posible, porque en su juventud le gustaba fabricar tambores de troncos de tembetary y bailotear sobre las copas de los árboles en las noches de tormentas.
Ahora en su vejez vivía de una manera tradicional: robando huevos de los gallineros, tomando agua de los manantiales y fumando los cigarros poguasu que le dejaban en las horquetas de los árboles. No se privaba de las guaripolas que le ayudaban a olvidar los tormentos nocturnos y el duro trabajo de asustar a la gente, y en especial a las mujeres, que según las malas lenguas, siempre quedaban embarazadas de él, aunque el casto Pombero no hubiera tenido participación alguna en el acto de gestación.
El pobre Pombero estaba con ganas de jubilarse. Ya demasiado tiempo trabajó en las selvas paraguayas. Hoy, con la tecnología y los corruptos que van talando los quebrachos y los petereby, se siente invadido, cansado y pisoteado en su dignidad de guardián de los bosques de donde hasta sus amigos los indígenas; fueron expulsados hacia las ciudades para perderse en las calles de la discriminación, del hambre, del ultraje y del olvido.