La enfermedad terminal supone un momento de crisis para el ser humano y para su familia. Se produce un nuevo replanteamiento existencial, cambian expectativas, proyectos, valores e incluso aparece una nueva relación en el núcleo familiar. En esta circunstancia, el principio de autonomía entre sanitario y paciente cobra toda su importancia, reconociéndose, entre otros, el derecho de éste a estar informado si lo desea.
Por otra parte, la medicina actual acostumbra a centrar sus esfuerzos en la curación, pero desatiende el proceso del morir, que suele hacerse con dolor y sufrimiento, sin una atención debidamente estructurada y protocolizada; incluso a veces, debido a la inercia, no reconoce cual es el mejor bien para el enfermo, sometiéndolo a estudios, intervenciones y tratamientos que sólo provocan más sufrimiento.
Algunas situaciones pueden ser especialmente conflictivas. Los organismos sanitarios y los profesionales de la salud tenemos el deber de estar sensibilizados, formados y preparados para dar respuesta a esta importante y trascendental demanda. Algunas soluciones pueden implicar graves problemas éticos que debemos afrontar sin complejos.