Sonia y Esther Brom, dos hermanas judías, nacidas en la ciudad de Lomza, Polonia, liberadas del campo de concentración de Auschwitz tras sobrevivir a un infierno de terror, viajan al Paraguay, en donde viven sus hermanos y una hermana (Jaime, Enrique y Felicia Brom), los únicos que todavía estaban vivos, luego de que los nazis asesinaran en las cámaras de gas a casi todos los miembros de su familia, a sus padres y a sus otros hermanos, a sus abuelos.
Acaso por ser las más jóvenes y fuertes (Sonia tenía 17 años de edad y Esther 16, cuando cayeron prisioneras), ellas pudieron resistir durante casi cinco años de cautiverio, sufriendo la crueldad de los jefes y oficiales encargados del exterminio de miles de judíos, especialmente la maldad de un médico de ojos azules, llamado Josef Mengele, quien recibía los vagones repletos de prisioneros y con un simple gesto, indicando derecha o izquierda, con una sonrisa helada, decidía quien debía morir y quien podría quedar un tiempo más para trabajar en la esclavitud de la prisión. Aquella frialdad diabólica le valió ser reconocido como El Ángel de la Muerte.
Cuando finalmente llegó el Ejército ruso a liberarlas, el 7 de mayo de 1945, ellas fueron llevadas a París, Francia, en donde les preguntaron si acaso deseaban volver a su aldea o ir a Israel, pero ellas dijeron que no, querían ir a un país de Sudamérica, llamado Paraguay, a buscar a sus dos hermanos y a una hermana, que habían viajado allí antes de la guerra, en busca de mejores condiciones de vida y así pudieron salvarse de un destino trágico. Sucedió la casualidad de que el embajador paraguayo en Francia conocía a uno de ellos, a Jaime Brom, y las pudo poner en contacto con una llamada telefónica.