Despertó con el silbato de un tren. Una molestia, quizás un poco de frio. Abrió los ojos y miró la hora; las cuatro de la mañana. Le costó adaptarse a la luz para ver el reloj. Se acomodó nuevamente para dormir. Luz a pesar de tener los ojos cerrados. Luz que a las cuatro de la mañana no tiene sentido. De un salto, se sentó en la cama. Una esfera incandescente flotaba sobre sus pies, un ópalo blanco, opaco, que irradiaba, pero también absorbía, como si un globo pudiera inflarse de metal en forma de aire. Micaela cerró nuevamente los ojos pensando en el reflejo pasajero de algún auto, queriendo que lo fuera.