En El viajero y su sombra, segunda parte de Humano, demasiado humano, domina el mismo espíritu que en la primera colección de aforismos: una decidida voluntad de protegerse de cualquier adulteración del romanticismo y del trascendentalismo.
El autor trata aquí de buscar y construir una 'filosofía meridiana', el aprendizaje del arte de defender la vida contra el dolor, a costa de aparecer como un ser 'sano y malo'.
Hay en estas obras, como el propio F. Nietzsche reconoce, mucho silencio, luz, delicada locura y secreta exaltación, los elementos propios de un hombre que se reconocía 'un pesimista que de vez en cuando sale fuera de su piel, pero siempre vuelve a entrar en ella'.