En un soneto de "El otro, el mismo", que lleva por título "Edgar Allan Poe", Borges lo evoca como "inventor de pesadillas", y lo imagina, ya "del otro lado de la muerte", erigiendo todavía "espléndidas y atroces maravillas". Y, sin embargo, el reverendo Griswold, que nutrió la bien abastecida lista de los enemigos que Poe cosechó en vida, aseguraba que "su conversación alcanzaba a veces una elocuencia casi sobrenatural" y que "las imágenes que empleaba procedían de mundos que un mortal solo puede ver con la visión del genio".
Son quizá esas imágenes las que merecieron los adjetivos de Borges: los dientes de Berenice, los ojos de Eleonora; un gato tuerto, un corazón que sigue latiendo bajo la tarima; una navaja de afeitar esgrimida con violencia infinita, como el Polifemo de Góngora; un retrato que vampiriza a la retratada; un emparedamiento en vida; unas ratas que, royendo con habilidad condicionada, elevan a paradoja el hecho de que la cuchilla del péndulo mortal no divida a su víctima; un cadáver que en un instante se resuelve en polvo, se encoge, se deshace, se pudre entre las manos, expresión física del conocido verso de sor Juana: "es cadáver, es polvo, es sombra, es nada"...