Los dos amigos se apoyaron espalda contra espalda en un gesto de hermandad infinita. Sintio cada uno la respiracion del otro. Enlazaron sus brazos, apretaron sus manos por ultima vez y sin decir nada partieron, sin volver la cabeza. Uno hacia el norte, otro hacia el sur.
Solo cuando un viento de pasajes casi desconocidos les golpeo la frente, tomaron rumbohacia el este, donde vive el mar. Una fuerza inexorable debe haberlos movido, porque el cansancio no logro detenerlos. Soles y lunas fueron testigos de su andar interminable. Y cuando ya sus cuerpos comenzaban a perderse en la impiedad del desierto, Ngunechen, desde le cielo, sintio pena por ellos y los transformo en rios.