No estamos ante una novela típica del siglo XIX. Una historia de amor apasionada en la que están envueltos unos seres depravados, implacables, con deseos de venganza, de pasiones violentas y tendentes a la destrucción, que hasta producen rechazo al lector que llega a condenarlos, y que provocó estupor y perplejidad absoluta en el momento de su publicación, en diciembre de 1847, por la intensidad de la dramatización ante una historia que sobrepasaba los límites de la estricta moral ortodoxa de la época.
La violencia del lenguaje y de algunas situaciones escabrosas constituía otro aspecto más que atentaba contra los cánones de la corrección imperantes, y que la entonces desconocida autora no respetó en ningún momento. Se tachó a la obra de burda, desagradable, inconexa, impetuosa..., pero también despertó simpatías. Un relato original, la intensa pasión de los protagonistas, su autenticidad, su energía, sus descripciones de paisajes..., compensaban sobradamente cualquier defecto que pudiese percibirse.