Yo tenía nueve años y vivíamos todavía en Rumanía, en un pueblo pequeño al borde de la montaña. Recuerdo el frío, la ropa congelada, el olor a leña y las brasas del fuego apagándose en la estufa, pero sobre todo recuerdo la pobreza. Allí aprendí el significado de la supervivencia, hasta que una noche de mayo mi madre me susurró unas palabras que cambiarían mi vida para siempre: «Cuando seas mayor entenderás por qué nos fuimos».