Hay en la historia de la humanidad cuya presencia es tan fuerte que parece dar vida a todo lo que está a su alrededor, como si al nombrar las cosas, o al tocarlas, éstas aparecieran de la nada ante nuestros sentidos, produciéndonos asombro y desconcierto, como cuando contemplamos un acto de ilusión genial.
Pero hay otros seres que, teniendo también un gran talento, se escabullen de la vida y se ponen a brillar como potentes luminarias, pero esa luz se vierte dentro de ellos mismos, como si al concentrar demasiado su espíritu éste les estallara dentro, y después, de una manera misteriosa, les saliera de la mente una energía poderosa que transforma lo que se encuentra a su paso y le da una perspectiva nueva y maravillosa.
Miguel Angel Buonarroti fue un ser de ésa índole, una personalidad abrupta, lejana y hostil como una isla desierta; Miguel Angel fue un hombre sin ángel. Pero desde el fondo de sus ausencias, Miguel Angel elabora sus sueños y crea presencias milagrosas, como si al cincelar la piedra liberara imágenes fantásticas y llenas de significado que habían permanecido angustiosamente encerradas en la piedra o en el muro de estuco. o en la mente de este hombre aprisionado en el mármol de su propio genio.