La guerra no es más que la continuación del intercambio político con una combinación de otros medios. La política, al hacer uso de la guerra, evita todas las conclusiones rigurosas que provienen de su naturaleza; se preocupa poco por las posibilidades finales y sólo se atiene a las probabilidades inmediatas. De este modo, la política convierte a los elementos poderosos y temibles de la guerra en un simple instrumento. La guerra es un acto de fuerza y no hay un límite para su aplicación. La guerra es un instrumento de la política; debe incluir en sí misma, necesariamente, el carácter de la política; debe medir con la medida de la política. La conducción de la guerra, en sus grandes delineaciones, es, en consecuencia, la política misma que empuña la espada en lugar de la pluma, pero que no cesa, por esa razón, de pensar de acuerdo con sus propias leyes.