«El Jugador», publicada en 1866, nos describe, con la minuciosidad de un cronista implacable, las peripecias de un hombre víctima de la fascinación del juego. Un dios exigente al que lo sacrifica todo, incluso el amor, que tocaba a su puerta. Pero el juego era una adicción que Dostoyevski conocía muy bien. Nadie como él sabía del fatídico encantamiento que producen las fichas al ser depositadas sobre el tapete verde y del sonido hipnótico de la bolilla al girar en la ruleta. Varias veces había quedado en la ruina. víctima de esa afición. La novela es una visión de ese vicio que fue incapaz de domar, y al que siempre se entregó con una pasión arrebatadora.