Suele decirse que Ciudadano Kane, dirigida por Orson Welles y estrenada en 1941, es la mejor película de la historia, pero pocas veces se dice porqué. Pauline Kael, la crítica más respetada de Estados Unidos, contradice a los planos estudiosos del cine y señala, en este estupendo libro una poderosa serie de razones: su expresionismo anacrónico, su prepotencia teatral, la actuación desequilibrada de Orson Welles, sus errores, su condición de parodia salvaje, sus trucos tomados de la radio, la magia y el teatro, su apasionante olor a chisme.
Kael dice que la película es el resultado de toda una época irrepetible en la que los guionistas de Hollywood trabajaban, con una ironía y un cinismo encantadores, a espaldas de los moralismos, los compromisos políticos y las pretensiones literarias. Herman J. Mankiewitz, el escritor de Ciudadano Kane, dejó todo su talento y toda su mezquindad en esas páginas: cruzó la vida, el ego y la genialidad de Welles con las de William Randolph Hearst, un magnate de la prensa amarillista de Estados Unidos que, en su afán de fama parecía un enfermo emperador romano.
Y Welles, dispuesto a todo, se rodeó de su propio grupo de teatro, el Mercury Teather, y de dos profesionales (el músico Bernard Herrmann y el operador Gregg Toland), que le dieron a la película su dimensión. Lo mejor de este libro es que demuestra que las obras maestras, lejos de ser artefactos sagrados, son creaciones llenas de imperfecciones, y que los grandes artistas son, en verdad, ladrones de ideas, maestros de la parodia, traductores de secretos, de chismes y de escándalos.