El 17 de mayo de 1944 en el campo de concentración de Ravensbrück, ante el espanto de las cámaras de gas, se consumía la vida de Mílena Jesenska.
En un sanatorio de las afueras de Viena, veinte años atrás, había muerto Franz Kafka. Mílena fue la traductora al checo de algunos de los primeros textos breves del escritor praguense, que utilizó la lengua alemana.
Muy pocas veces se vieron personalmente, pero anudaron una larga e intensa relación epistolar. Las Cartas a Mílena forman parte de los textos kafkianos de carácter más autobiográfico; tal vez sea sólo una manera de decir: un sello personal intransferible -entre la extrema piedad y el extremo terror- marca sin fisuras todos y cada uno de sus escritos.