En Carmilla hay algo más; una transgresión que supera los pruritos morales victorianos; y que sólo la maravillosa sutileza de Le Fanu hizo que no fuera censurada. En esta novela corta; una y otra vez; entre los destellos románticos del paisaje y la inocencia adolescente que despliega la narradora; aparece la sugestiva pasión amorosa que la une a su extraña huésped. Una pasión lésbica y carnalmente estremecedora en donde abundan caricias y besos arrebatados; siempre al borde de una sexualidad nunca revelada.
Porque es a Carmilla; posiblemente más que a Drácula; que el vampiro debe ese mito erótico que el siglo XX potenció hasta la caricatura; cine mediante. Ella es esa dama; la adolescente eterna que nos llevará dulcemente hacia la perdición. Una Eva de mohines encantadores que nos viene a buscar desde el otro lado de la muerte.